Vos y la mañana.
Te encuentro en cada rincón del colchón:
flores en los ojos.
Un paracaídas en el sueño
planeando cada una de tus respiraciones
en tu voz que se hace un secreto.
Mi desvelo no es laxo.
Imagino un cisne brillante en tu boca
y la estela tibia de los besos
que todavía se guardan en tu distancia.
Antes la sufría,
ahora descanso la claridad de las cosas.
Pruebo y entiendo.
Me detengo y disfruto la calma de encontrarme
desnudo vistiendo éste luto
a un metro escaso del abismo.
Igual caería en el agua.
Mi precipicio es así de particular
y de inofensivo.
Lo que nos separa no es un acertijo.
No es una ecuación
ni una quimera,
son los espacios que todavía no toqué,
el rastro imperceptible de la piel en los dedos,
como un tatuaje que se agranda y da paso
a un tiempo que parecería querer esfumarse.
Tus horas.
Mis segundos.
Conectar doce mil kilómetros
con doce mil kilómetros
y que no duela.
El tesoro al final del arco iris.
Aceptar el viaje y su recompensa.
O esperar y transformarme.
Creerme por una vez; y que no se repita,
el tesoro al final del arco iris.
... el tesoro al final del arco iris..
ResponderEliminarPara que tu estómago no duela, hay pastel de papas en el horno y laureles desparramados por el suelo para que inunden la sala.
y sorpresas abajo de las sábanas.. entre los cajones y en los huecos del sillón... para que cada día sea más corto... y el arco iris se forme más rápido.
Escribís tan lindo que me hacés doler la panza.