miércoles, 18 de noviembre de 2009

tragedia




Odio mi tragedia.

que aprenda de la muerte

su puta madre.




martes, 17 de noviembre de 2009

Oficina 171109




Como si estuviese en el fin del mundo.

Camino por la oficina arrastrando los pies. Tengo los oídos bien callados.

Llegué tarde y me senté a escribir unos cierres. Frases que concluyen una idea y la redondean.

Antes lo hacíamos diferente. Buscábamos la frase y luego llegaban las ideas. Es más fácil así. Como ponerle nombre a un perro. Sin nombre es imposible llamarlo y que venga. Con las ideas pasa igual. Encontrás un concepto, llamás a las ideas y ellas vienen. Sin concepto navegás por una gelatina de nada. Divagás. Jugás al mal artista que moldea sin saber hacia dónde se dirige.

No salí a comer.

Intento ordenarme pero se me está complicando. No estoy apurado por hacer nada.

El apuro es importante. Se activan las ansiedades cuando hay apuro. Papá no está bien, te tomás un avión a toda prisa repleto de ansiedades y hacés en el apuro. Inconciente de conciencia. Tenés cinco trabajos sobre la mesa y solucionás el primero pensando en el segundo, sabiendo que luego hay un tercero. Ese apuro no permite que entre el desorden. Uno, dos y luego tres. Las cosas se alinean solas en el apuro.

No tengo apuro hoy y estoy desordenado.

Me serví un café pero no tengo azúcar. Le doy un trago y está más amargo que la puta vida.

Lo abandono y me enciendo mi tercer cigarro del día. Estoy consiguiendo fumar menos. Seis o siete por día. Gerardo me dijo: si no te respetás a vos, por lo menos respetá a los cigarros. No te fumes todos, fumá los que se merecen ser fumados. Lo intento. Lo intento. Debería cortarme un par de dedos.

Pienso mucho en mi viejo. Me parece mentira que no esté ahora, cinco horas más temprano, abriendo el diario y tomándose el primer café del día, todo despeinado y enfundado en su salida de baño gris.

Te extraño bigote pero vivo en el esfuerzo de recordarte con alegría.

Estoy como las casas cuando sufren una mudanza, lleno de ausencias y en apariencia, vacío. Con mil historias mudas en cada uno de mis rincones.


miércoles, 21 de octubre de 2009

Carta a mi viejo




¿Cómo me pongo a escribir de vos sin sentir que todo lo que pueda decir se va a quedar corto? ¿sin pensar que no existen palabras tan enormes y frases tan perfectas y construcciones tan exactas y justas, que te describan tal cuál fuiste? ¿Cómo hago, papi, para no derrumbarme en este silencio que se instaló en cada uno de los rincones que me habitan y que lleva esta tristeza a la que no puedo ni rotular? ¿Cómo hago, bigote, para empezar a crear un diálogo en el que tengo que inventarme tu voz?

Hace muchos años intentaste explicarme cómo lo habías hecho vos con tu viejo, como dejaste que el tiempo funcione como la herramienta más perfecta de erosión del dolor.

Por ahora no me sale. Todavía caminás demasiado vivo por mi rutina que intenta hacerse a la idea de tu ausencia.

Tengo un dolor de hijo que te pierde tan profundo que me cuesta hasta mirarme en el espejo. Te llevo en todos mis gestos.

Hace 20 días te llamé desde el aeropuerto; nos habíamos despedido una hora antes con un abrazo que juraba que nos volveríamos a ver, para decirte que eras el mejor papá que ningún hijo puede desear. Yo no quería que suene a despedida y seguramente vos tampoco. Pero vos te morías y yo estaba cagado de miedo.

Después pasó todo lo que pasó, la semana de vuelta en Madrid, el viaje corriendo porque te habías descompensado y a Mariana le daba un miedo terrible que no llegue a verte y en definitiva, las veinte horas de avión que fueron un siglo, aterrizar, bajarme corriendo, salir por la puerta y recibir la noticia de que tres horas antes tu cuerpo había dicho basta. Después un viaje en auto como borracho y llegar a casa a verte en tu cama, como si estuvieras dormido, como si en realidad estuvieras muerto. No puedo creer que estés muerto.

Dame un segundo. Me fumo un pucho y sigo.

Estoy cagado de miedo, papi. Te moriste y no puedo sacarme este miedo puto del cuerpo.

El otro día le contaba a Gonzalo un sueño que tuve, yo era chiquito y vos estabas igual que hace un mes, enfermo. Me tenías de la mano y no nos movíamos, estábamos en la playa mirando al mar. Yo agarrado de tu mano iba creciendo hasta que en un momento del sueño, cuando ya era más que un adolescente, te soltaba la mano. Nos quedábamos así, uno al lado del otro mirando al mar sin tocarnos. Pero en un momento, ya siendo yo casi el que soy hoy, apoyaba mi mano sobre tu hombro. Esto duraba un rato bastante largo, lo suficiente para darme cuenta que lo que estaba ocurriendo en el sueño es que yo estaba apoyado en vos, que me sostenías. Y de pronto; de un segundo para el otro, desaparecías. Desparecías y yo me desequilibraba y estaba a punto de caer al suelo. Después me desperté.

Llevo doce años viviendo en otro país pero vivía apoyado en vos.

Fue un montón de gente a tu entierro. Un montón de gente que te quería. Y se acercaron todos. Y todos nos abrazaron y todos nos dijeron la increíble persona que habías sido. Hasta fue el asqueroso del colorado, y te parecerá extraño pero hasta juraría que estaba triste. Fue gente del club, tus amigos del Liceo, gente de Hindú, amigos de Tomás, amigos de Mariana, mis amigos. Tuviste la despedida que te hubiese gustado tener. Yo sé que a vos te interesaría saber esto porque alguna vez me dijiste cuánto te entristecía ir a entierros en los había poquita gente, como si esa poca gente fuese el resumen de lo que el muerto había sido en vida. A veces calculabas así, muy a lo bigote.

A lo mejor ésta sea la primera y la última carta que te escriba. A lo mejor haya mil más. Por hoy es suficiente con este poquito, si sigo me muero yo.

Te extraño con todo.



Tres hermanos




Veo tres hermanos

-abrazados-

en medio del desierto

sin saber hacia dónde

empezar a caminar.




jueves, 10 de septiembre de 2009

Ganarle al abandono



Caminando por el sendero de puertas

la casa se llena de acompañantes.


El encierro visitado viste la soledad

aunque la hace más profunda.


Dónde están los que deberían leerme

como un mapa tantas veces transitado?

Hay un cerca

dotado de un realismo que asusta

que dibuja los lazos más débiles

en pretendidos indestructibles.


Usamos lo que tenemos a mano

y lo que tenemos a mano

es un pájaro enfermo

dentro de una jaula cerrada con candado.


Visito mi suburbio

de pena y desaliento.


Soy una isla

guardada sin conciencia

por tiburones

que me obedecen.


Salgo a correr de la mano de alguien.

Pasan las cuadras,

las casas de gente que no conozco pero imagino,

las plazas que podrían hablar de mi,

y mi acompañante,

(silencio)

ya se hizo aire en mis dedos.


Me siento en una esquina

a pretender no sentir este temor.


A ganarle al abandono.



miércoles, 19 de agosto de 2009

El hombre gris






Hubo un tiempo
en el que fui más feliz.

Me desespera la vida echada a la suerte.

Cada vez que observo con ojos callados
la gente se hace un grumo sobre la belleza.

Una familia inentendible se ajusta en silencios infinitos.
Un hombre enfermo muere junto a su madre, mientras toman café.
Un homosexual me invade de miraditas.
Un grupo de tres; señoras ellas que se resisten al paso del tiempo,
debaten y se disputan el trono a la fealdad / las tres se llevan premio

Tengo frío.

La ciudad; más que nunca,
ha posado su velo de hollín sobre mi encanto / ya soy el hombre gris.


Hace un siglo estuve en el mar
pero nunca supe cómo salir de aquella ola.






lunes, 6 de julio de 2009

Rastro




Llevás tanto tiempo

buscándote

que te perdí el rastro.



 

jueves, 18 de junio de 2009

Ni una luz




Tengo las manos sobre la mesa.
Larguísimas. Delgadas.
Mis manos de pianista.
Mis manos de pianista que ya no tocan.
Las observo con la misma tristeza
con la que se miran los zapatos de un muerto.

Mi fragilidad me va a transformar en alguien fuerte.

Triste pero fuerte.

Hoy 
no se salva
ni una luz.








domingo, 17 de mayo de 2009

¿Ustedes ven el vapor en los cristales?




Habitación al borde de su abismo.
Una maraña de silencio, la noche no respira.
Finge dormir-detrás-en la espalda.
Un velo de luz mortecina se calla los brillos.

La arquitectura nada sostuvo
y aún presos de su rigidez,
seguimos esperando un guiño de flaqueza.

No me ocupo ni de fumar mi cigarrillo.

Las manos no tiemblan.
El pecho no vibra.
El alma no camina.
El recuerdo vigila pero no dice.

Ningún jarrón sin agua ni flores
debería estar ocupado por papeles.

Ningún sillón para tres
debería ser hogar de un perro y un turista.

La llave está puesta
en todas las habitaciones.

La llave cerró por adentro
y se levantaron paredes después.
Pasaron otoños, siete,
así,
de corrido.

Así,
siete,
como una repetición deshumanizada de lo humano.

Y ahora.
Y aquí.
Nada se ríe.

Cada día que pasa conozco mejor cada rincón de ésta sala.
Cada día que pasa me desconozco mejor que el segundo anterior.


¿ustedes ven el vapor en los cristales?






miércoles, 6 de mayo de 2009

Ocho minutos





Tengo ocho minutos
para escribir
un verso que me dibuje,
que me relate.
Un verso que me delate.

Ocho minutos para encontrar un recipiente
tan profundo
que sea capaz de albergar toda la tristeza
y ponerla a salvo
de los alegres que habitan ésta superficie.

Tengo ocho minutos;
que ahora son cuatro,
para alinear mi cuerpo en la verticalidad
y ponerlo a funcionar en línea recta.


No nos vemos.
Me fui.



martes, 28 de abril de 2009

Diario de oficina 1





Me podría resumir:
Mi vida es una suma de apuntes escritos en pequeños papeles perdidos sobre un montón de mesas, bolsillos, escritorios de oficina y cuadernos. He extraviado con el correr de los años la mitad de lo que alguna vez quise decir. Por momentos tengo la sensación; incluso, de haber perdido hasta la voz.
Llevo pegado a la silla cuarenta minutos. Hablé con Leandro por teléfono y me alegró escucharlo. Quedamos mañana para comer.
En una oficina la gente abre las puertas ajenas como si fuesen suyas. No hay sentido de propiedad aquí.
Defiendo mi cueva agachándome y escondiéndome detrás de la máquina.
No debería decirlo otra vez pero lo digo igual, me siento muy solo y estar aquí no me ayuda.
Me llaman para que vaya a ver un montaje a la sala de audio. Un montaje más que; irónicamente, desmonta mi tranquilidad.
Pongo mi mejor cara de aviso y me levanto de la silla.
El que pueda que se salve.








lunes, 27 de abril de 2009

Pare. Siga.




Sacarle punta
a lo cotidiano
y clavármelo en el pecho.

Varar
y variar
enfermedades.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Tu ocupación



Un día decidiste ocupar mi casa.
Ahora hay plantas en el salón
y comida en la heladera.
De una forma sutil y silenciosa,
tu ocupación transparente
fue contagiando todo lo que me rodeaba.

Hoy entraste en mi estómago.

Todavía no tengo muy claro
qué tenés pensado hacer en él.



Tomás ya no está



Tomás ya no está.
En Madrid hace calor y hay poca gente. 
Por momentos me siento tan solo y deshabitado que necesito salir a dar una vuelta. Yo no soy de dar vueltas por eso tampoco me tranquilizo del todo.
Fumo sin parar. Hace unos meses hice la promesa de dejarlo y no la cumplí, como tantas otras veces.
Mi nuevo trabajo es mi viejo trabajo. Conozco a muchos acá. Las demás caras me son tan ajenas que creo que me va a resultar imposible retener sus nombres. Intento pasar desapercibido aunque se muy bien que no debería hacerlo.
Edu me trajo un café que me reventó el estómago.
Ahora estoy frente a la máquina sin hacer nada. Descargo las fotos del viaje a buenos aires. Me siento tan frágil que cualquiera podría partirme en dos como haría un huracán con un árbol seco.
Cierro todas las ventanas.
Me fumo otro cigarrillo.

Llevo un rato largo intentando decidir qué foto va a ser la que adorne mi salvapantallas. No lo consigo así que cierro todas los documentos hasta dejar la máquina desnuda, con el fondo de pantalla azul océano y silencio por todas partes.




Mientras miro una ventana que parece abierta



Que poquito nos duró.
Si nos alcanzara con entornar los ojos
y enfocar lo inmediato.
Pero no.
La alegría es tan efímera,
un coloso de niebla
esfumándose entre la arboleda.
La palidez muda
de las cosas sin alma.

Yo peleando contra todo y contra todos
no soy nadie.

No te odio mamá.
Deberías estar despierta y no muerta.
De cualquier forma no te perdono.

Si pudiera ser aquel balcón
de rosas amarillas,
un jadeo de tarde - más me valdría
cerrar la boca que me condena
en lo callado
y perder – definitivamente
y frente a mi propio espejo


esta mueca extraña que no me dibuja.



La tarde



Me muevo por una ciudad que expulsa secretos a cada paso.
Tomo demasiado café. Pienso demasiado en una mujer.
He conseguido hacer de mi reflexión el peor de los laberintos.

-La serpiente que me habita se sigue enroscando y constriñe casi todo-
El miedo en sí mismo, como un sismo apretando a la altura de la boca del estómago.

¿dónde podría esconderse el mundo esta tarde plomiza
en la que pájaros y horizontes no dominan ningún paisaje,
para no hallarme otra vez desnudo y desprovisto de frescura
y con los pies apuntando hacia no se muy bien qué acertijo?


Observemos sin ningún apuro como la respuesta nunca nacerá.


La gota



La gota de agua sobre el escritorio
engorda y no se disipa,
¿qué fuerza extraña la contiene
en su óvalo misterio?

Tanto la luz que ahora la embellece
como el interrogante anterior que la arropa,
me descubren respuestas.

La mano que salva es invisible
si los ojos que observan
no están preparados para ver.

Descubrir la ceguera y luego imaginar la mano;
eso es la belleza.



Fiebre




La noche, de amatista, 
se tiñe
de fiebre y otras amenazas.

No suena dentro de la habitación
el vacío ni la distancia
-orografías del sueño de un niño-
sudor que lo sana mientras brota,
frente y manos empapadas y el delirio.

El ancla que toma su mano -lo guarda-
Ese puente lo construyo deprisa y sin miedo
y es perfecto.

La noche se detiene, de amatista,
destiñendo lo teñido y ya es verde.

Una bocanada de brisa templada 
que planea,
abandonando los árboles
las terrazas 

y el mundo en general.





No hay tensión sobre las flores




No hay tensión sobre las flores.
El espacio entre los ojos y el horizonte
se completa//////
desdibujado–sonoro-magnético,
/// en presencias invisibles.

Invento estos momentos. Los calco de algo leído.

Hago también cosas con las manos:
bolsillo, nariz, grano y otra vez bolsillo.

Una vez dibujé un barco que viajaba hasta un país que no sé-
y que no volvía nunca. Ahora es un punto en el
final de las cosas-
en el principio de lo que está por venir.

Masticando lo inmóvil adopto a mi soledad
y le pongo un nombre sin alma: oficina

No fuimos dados a todos los paisajes
para luego ser resueltos en cuatro paredes de cal y desierto.

Si se vuelve a reír el destino, me río con él
pero con risa burlona
Dejémoslo así.
Volvamos al señor que escribe y se deja llevar.

Me estremezco de infancia.
Entre bicicletas soy el chico que todo lo puede. Sin gorra -
mamá sonríe desde la orilla – neptuno -
Mar bravo – poseído –
Mujer presente – cocinera de abrazos – sol de tarde

Llueve en mi tu ausencia voraz de enfermedad y rastro tibio
y mientras contamino a mi alrededor todo lo que amo -
no me resuelvo, hago lo contrario, levanto pasillos.

Tengo un martillo nuevo. Brilla
con la fuerza de aquel chico que ahora se cae de la bicicleta.

Voy a golpear una salida.
A hacerle trampa a la trampa.

A preferirme.



Disfrazado de paisaje




La mañana se despereza luminosa en todas las ventanas de la casa.
Vacía de vos, la habitación, se pliega hacia adentro y hay menos espacio para respirar.
Tengo ropa tirada por el suelo. Un par de zapatillas que no se movió desde la mañana que te fuiste.
Me levanto y camino desnudo hasta el baño.
Sobre el espejo mi cara parece más joven que ayer.
Estoy flaco como nunca, un esqueleto de abandono.
Me meto en la ducha pero no logro salir del sueño. La cueva del despertar es fría e inmensa y lo único que retumba aquí es ésta sensación de estar más lejos de la vida real.
El agua no te va a hacer sentir mejor pero vas a oler bien. Logrará un cuerpo limpio que no es poco.
Me visto. Lo hago rápido, sin pensar en colores ni combinaciones. Camiseta blanca, jean y zapatillas negras. Casi como siempre.
En la cocina me sirvo un café lleno de problemas y me lo tomo de un trago. En el estómago todo se disuelve, todo se mezcla. ¿serán estos dolores antiguas angustias con talle de tripas?
Quiero ayudarte a resolver tu rompecabezas. Poner una o dos piezas. O apuntarte el lugar en el que deberías instalarlas. –si fuese más soberbio, sería éste idiota-

Estoy cerca, pegado, aunque disfrazado de paisaje.



Inmóvil





Esquivo los cadáveres
-que a golpe de furia-
han muerto sobre
el pavimento de mi vida.

Nada en mi estómago
complace la quietud
con la que el paisaje
se desenvuelve ante mis ojos.

No tengo tiempo
para explicarte
que es mi enfermedad
la que me padece.

Timbre para el recreo.

Me quedo en el aula.



El tesoro al final del arco iris



Vos y la mañana.
Te encuentro en cada rincón del colchón:
flores en los ojos.

Un paracaídas en el sueño
planeando cada una de tus respiraciones
en tu voz que se hace un secreto.

Mi desvelo no es laxo.

Imagino un cisne brillante en tu boca
y la estela tibia de los besos
que todavía se guardan en tu distancia.

Antes la sufría,
ahora descanso la claridad de las cosas.

Pruebo y entiendo.
Me detengo y disfruto la calma de encontrarme
desnudo vistiendo éste luto
a un metro escaso del abismo.

Igual caería en el agua.
Mi precipicio es así de particular
y de inofensivo.

Lo que nos separa no es un acertijo.
No es una ecuación
ni una quimera,
son los espacios que todavía no toqué,
el rastro imperceptible de la piel en los dedos,
como un tatuaje que se agranda y da paso
a un tiempo que parecería querer esfumarse.

Tus horas.
Mis segundos.
Conectar doce mil kilómetros
con doce mil kilómetros
y que no duela.

El tesoro al final del arco iris.
Aceptar el viaje y su recompensa.

O esperar y transformarme.

Creerme por una vez; y que no se repita,
el tesoro al final del arco iris.





lunes, 2 de febrero de 2009

Como máquinas



Como máquinas.

La calidez de la luz - la piedra –
marcan surcos silenciosos.
No tengo guerras en vista
(Dígale sí a su estúpida obsesión por encontrarse en el lugar equivocado
a la hora equivocada)
Igual peleo cada segundo
no se muy bien contra qué ni cómo

Pocas veces nos preguntamos dentro de qué recipiente invisible
hemos echado la fé y la hemos dejado diluirse con lo cotidiano.

Hace un tiempo que no tengo
respuestas para casi nada.
¿Qué hora es? Las seis, creo.
¿O son las diez?

He visto también; antes,
como se han ido borrando las preguntas
y ahora el dibujo que sugieren
es todo blanco – luminoso alargado infinito- sobre las paredes de mi casa.

Ah, por cierto, tengo un perro idiota que es
algo así como el nuevo habitante del infierno.
Muerde todo lo que encuentra a su alcance –
Cajas, libros, cd´s, zapatillas, sus patas, mis dedos, muebles, juguetes-
y no respeta ninguna soledad -

Yo igual se lo agradezco con un paseo,
comida en plato y alguna caricia.

Ayer se comió los acrílicos
y hoy es un perro de colores.




Bomba



A papá
le mostraron la bomba.
Su bomba.
Había estado apagada
en su cuerpo
sesenta y cinco años.


Y hoy se encendió.

A la espera de la lluvia





A la espera de la lluvia. Un milagro.
Puertas que se abren y se cierran y que al mismo tiempo no existen. Paredes.
El tiempo es un espacio vivo que a veces se muere.
Monedas para pagar lo que no se compra.
Ausencias para ocupar el silencio y la quietud.
¿Qué caminos toman los que no saben muy bien hacia dónde caminar?
Le agarro la mano a algo invisible.
Un perro rengo camina por la orilla de la playa y es feliz: lo acaricio.
Tengo las manos agrietadas y marrones. Las manos de un monito.
Guantes.



Partes del bosque




Hay partes del bosque que tienen luz y otras no.
Los caminos que conozco los ando sin vacilar.
Un sendero extenso y lúgubre me acompaña, y está siempre allí delante. Como una puerta que me invita a un lugar peor.
Se sueltan los pájaros, a veces, y atraviesan hacia el lado desconocido.
No abro nunca las posibilidades a las que no tengo acceso.
Me siento al borde de un camino brillante y desayuno lo que sólo yo escucho.
Los árboles vigilan mis dudas. La tierra escruta una humedad que no me permite detenerme.
Sigo avanzando con los ojos casi cerrados - casi abiertos y logro permanecer ileso.
Llegará un día el dolor.

Perderse en el bosque pensando que me encuentro en el camino brillante.
Y reconocerme solo en la negrura.




Nos fuimos


   
Nos fuimos. Nos adelantamos a todo.
Somos un grupo ciego que camina por un sendero de piedras.
Nos esperan para castigarnos.
Humo en el quincho que no es carne asada para homenajearnos.
Quién quisiera tenerte así de cerca para abrazarte en el silencio.
Nadie es tan justo.
Los perros aúllan en un monte cercano.
Los pájaros acaban de callarse.
Llega la luz plomo para posarse sobre la tierra.
Noche en el resto del mundo, oscuridad aquí.
Te sentás a pensar en el tiempo que dejás que pase sin poder manipularlo.
Tiempo transparente. Decidís moverte más.
La tranquilidad se llena de naturaleza.
Si hubiese un mar sería calmo en la lejanía y bravo hacia la orilla.

Comprendés lo azaroso de tu suerte.