jueves, 28 de abril de 2011

Diario de oficina 180111

Pienso en mi amigo,

el expublicitario.

Mi amigo el expublicitario

que un día se hinchó las pelotas

y medio persiguiendo una vocación escondida,

medio -lisa y llanamente –

con las pelotas como dos mundos;

fue hasta su oficina

saludó a sus compañeros

hizo un arreglo desfavorable con su jefe

acomodó una caja con sus bártulos

bajó a la calle

se metió en un bar

y se tomó un café

con leche y dos medialunas.


El primer café con leche y medialunas

de mi nuevo amigo, el ENESEMISMOMOMENTO actor.


Me pregunto qué cosas

me impiden ver florecer un valor similar

al de mi amigo el ahoractor.

Qué lista podría diseñar

desde mi cobardía de silla caliente y oficina con techo,

que me consuele

durante un par de horas.


Hago un boceto rápido sobre el papel

y sale así:


Alquiler.

Comida.

Bebida.

Agua.

Luz.

Gas.

Una novia que necesita viajar para

sentir que no se está equivocando.

Un hijo que; me convenzo,

me necesita holgado.

Algún viaje.

Cigarrillos.

Colegio.

Juguetes.

Marcadores que pintan mejor que los otros marcadores chotos

pero que son carísimos.

Ropa.

Discos.

Libros.

Y por último,

una férrea conciencia que me dice que no sé hacer nada más

que lo que hago para vivir. Absolutamente nada más.


Reléeo mi lista.


La última línea me tranquiliza

y me intranquiliza a partes iguales.


Subo y me sirvo un café con leche

en la máquina que prepara

esos cafés tan ricos que sólo me gustan a mi

y aprovecho para alegrarme por mi amigo,

el ahoramismo actor.


Mi amigo el actor que me saluda

desde un escenario

con un bigote pintado a lo Groucho Marx

y yo pienso; qué pelotudo

y la re

concha

de tu madre!



Pero lo pienso, no lo digo

(hasta para esto me falta valor)






lunes, 25 de abril de 2011

Tragar solo

Se murió un miércoles por la noche.

Un miércoles de semana santa.

Un miércoles del año dos mil once,

en el fatídico mes de abril.

Se murió, decía,

proyectando una sombra sobre el océano.

Una sombra alargada; mancha de tinta china,

que dibujó al hijo en el apuro y lo puso

de un bife,

buscando las alas de metal y encontrando

su propio silencio en la altura.


Ahora el padre es ese recuerdo sorprendente,

vivo, únicamente en la plaza de la memoria.


Con su remera de river, lo imagino.

Con su carne aún caliente

y el block sobre las rodillas;

dibuja al hijo que posa su ausencia

en total desconcierto.


Y se traga la vida el pibe.


Se la traga de una

y con dificultad.

Con la contrariedad que supone

empezar a tragar solo.