miércoles, 4 de febrero de 2009

Tu ocupación



Un día decidiste ocupar mi casa.
Ahora hay plantas en el salón
y comida en la heladera.
De una forma sutil y silenciosa,
tu ocupación transparente
fue contagiando todo lo que me rodeaba.

Hoy entraste en mi estómago.

Todavía no tengo muy claro
qué tenés pensado hacer en él.



Tomás ya no está



Tomás ya no está.
En Madrid hace calor y hay poca gente. 
Por momentos me siento tan solo y deshabitado que necesito salir a dar una vuelta. Yo no soy de dar vueltas por eso tampoco me tranquilizo del todo.
Fumo sin parar. Hace unos meses hice la promesa de dejarlo y no la cumplí, como tantas otras veces.
Mi nuevo trabajo es mi viejo trabajo. Conozco a muchos acá. Las demás caras me son tan ajenas que creo que me va a resultar imposible retener sus nombres. Intento pasar desapercibido aunque se muy bien que no debería hacerlo.
Edu me trajo un café que me reventó el estómago.
Ahora estoy frente a la máquina sin hacer nada. Descargo las fotos del viaje a buenos aires. Me siento tan frágil que cualquiera podría partirme en dos como haría un huracán con un árbol seco.
Cierro todas las ventanas.
Me fumo otro cigarrillo.

Llevo un rato largo intentando decidir qué foto va a ser la que adorne mi salvapantallas. No lo consigo así que cierro todas los documentos hasta dejar la máquina desnuda, con el fondo de pantalla azul océano y silencio por todas partes.




Mientras miro una ventana que parece abierta



Que poquito nos duró.
Si nos alcanzara con entornar los ojos
y enfocar lo inmediato.
Pero no.
La alegría es tan efímera,
un coloso de niebla
esfumándose entre la arboleda.
La palidez muda
de las cosas sin alma.

Yo peleando contra todo y contra todos
no soy nadie.

No te odio mamá.
Deberías estar despierta y no muerta.
De cualquier forma no te perdono.

Si pudiera ser aquel balcón
de rosas amarillas,
un jadeo de tarde - más me valdría
cerrar la boca que me condena
en lo callado
y perder – definitivamente
y frente a mi propio espejo


esta mueca extraña que no me dibuja.



La tarde



Me muevo por una ciudad que expulsa secretos a cada paso.
Tomo demasiado café. Pienso demasiado en una mujer.
He conseguido hacer de mi reflexión el peor de los laberintos.

-La serpiente que me habita se sigue enroscando y constriñe casi todo-
El miedo en sí mismo, como un sismo apretando a la altura de la boca del estómago.

¿dónde podría esconderse el mundo esta tarde plomiza
en la que pájaros y horizontes no dominan ningún paisaje,
para no hallarme otra vez desnudo y desprovisto de frescura
y con los pies apuntando hacia no se muy bien qué acertijo?


Observemos sin ningún apuro como la respuesta nunca nacerá.


La gota



La gota de agua sobre el escritorio
engorda y no se disipa,
¿qué fuerza extraña la contiene
en su óvalo misterio?

Tanto la luz que ahora la embellece
como el interrogante anterior que la arropa,
me descubren respuestas.

La mano que salva es invisible
si los ojos que observan
no están preparados para ver.

Descubrir la ceguera y luego imaginar la mano;
eso es la belleza.



Fiebre




La noche, de amatista, 
se tiñe
de fiebre y otras amenazas.

No suena dentro de la habitación
el vacío ni la distancia
-orografías del sueño de un niño-
sudor que lo sana mientras brota,
frente y manos empapadas y el delirio.

El ancla que toma su mano -lo guarda-
Ese puente lo construyo deprisa y sin miedo
y es perfecto.

La noche se detiene, de amatista,
destiñendo lo teñido y ya es verde.

Una bocanada de brisa templada 
que planea,
abandonando los árboles
las terrazas 

y el mundo en general.





No hay tensión sobre las flores




No hay tensión sobre las flores.
El espacio entre los ojos y el horizonte
se completa//////
desdibujado–sonoro-magnético,
/// en presencias invisibles.

Invento estos momentos. Los calco de algo leído.

Hago también cosas con las manos:
bolsillo, nariz, grano y otra vez bolsillo.

Una vez dibujé un barco que viajaba hasta un país que no sé-
y que no volvía nunca. Ahora es un punto en el
final de las cosas-
en el principio de lo que está por venir.

Masticando lo inmóvil adopto a mi soledad
y le pongo un nombre sin alma: oficina

No fuimos dados a todos los paisajes
para luego ser resueltos en cuatro paredes de cal y desierto.

Si se vuelve a reír el destino, me río con él
pero con risa burlona
Dejémoslo así.
Volvamos al señor que escribe y se deja llevar.

Me estremezco de infancia.
Entre bicicletas soy el chico que todo lo puede. Sin gorra -
mamá sonríe desde la orilla – neptuno -
Mar bravo – poseído –
Mujer presente – cocinera de abrazos – sol de tarde

Llueve en mi tu ausencia voraz de enfermedad y rastro tibio
y mientras contamino a mi alrededor todo lo que amo -
no me resuelvo, hago lo contrario, levanto pasillos.

Tengo un martillo nuevo. Brilla
con la fuerza de aquel chico que ahora se cae de la bicicleta.

Voy a golpear una salida.
A hacerle trampa a la trampa.

A preferirme.



Disfrazado de paisaje




La mañana se despereza luminosa en todas las ventanas de la casa.
Vacía de vos, la habitación, se pliega hacia adentro y hay menos espacio para respirar.
Tengo ropa tirada por el suelo. Un par de zapatillas que no se movió desde la mañana que te fuiste.
Me levanto y camino desnudo hasta el baño.
Sobre el espejo mi cara parece más joven que ayer.
Estoy flaco como nunca, un esqueleto de abandono.
Me meto en la ducha pero no logro salir del sueño. La cueva del despertar es fría e inmensa y lo único que retumba aquí es ésta sensación de estar más lejos de la vida real.
El agua no te va a hacer sentir mejor pero vas a oler bien. Logrará un cuerpo limpio que no es poco.
Me visto. Lo hago rápido, sin pensar en colores ni combinaciones. Camiseta blanca, jean y zapatillas negras. Casi como siempre.
En la cocina me sirvo un café lleno de problemas y me lo tomo de un trago. En el estómago todo se disuelve, todo se mezcla. ¿serán estos dolores antiguas angustias con talle de tripas?
Quiero ayudarte a resolver tu rompecabezas. Poner una o dos piezas. O apuntarte el lugar en el que deberías instalarlas. –si fuese más soberbio, sería éste idiota-

Estoy cerca, pegado, aunque disfrazado de paisaje.



Inmóvil





Esquivo los cadáveres
-que a golpe de furia-
han muerto sobre
el pavimento de mi vida.

Nada en mi estómago
complace la quietud
con la que el paisaje
se desenvuelve ante mis ojos.

No tengo tiempo
para explicarte
que es mi enfermedad
la que me padece.

Timbre para el recreo.

Me quedo en el aula.



El tesoro al final del arco iris



Vos y la mañana.
Te encuentro en cada rincón del colchón:
flores en los ojos.

Un paracaídas en el sueño
planeando cada una de tus respiraciones
en tu voz que se hace un secreto.

Mi desvelo no es laxo.

Imagino un cisne brillante en tu boca
y la estela tibia de los besos
que todavía se guardan en tu distancia.

Antes la sufría,
ahora descanso la claridad de las cosas.

Pruebo y entiendo.
Me detengo y disfruto la calma de encontrarme
desnudo vistiendo éste luto
a un metro escaso del abismo.

Igual caería en el agua.
Mi precipicio es así de particular
y de inofensivo.

Lo que nos separa no es un acertijo.
No es una ecuación
ni una quimera,
son los espacios que todavía no toqué,
el rastro imperceptible de la piel en los dedos,
como un tatuaje que se agranda y da paso
a un tiempo que parecería querer esfumarse.

Tus horas.
Mis segundos.
Conectar doce mil kilómetros
con doce mil kilómetros
y que no duela.

El tesoro al final del arco iris.
Aceptar el viaje y su recompensa.

O esperar y transformarme.

Creerme por una vez; y que no se repita,
el tesoro al final del arco iris.





lunes, 2 de febrero de 2009

Como máquinas



Como máquinas.

La calidez de la luz - la piedra –
marcan surcos silenciosos.
No tengo guerras en vista
(Dígale sí a su estúpida obsesión por encontrarse en el lugar equivocado
a la hora equivocada)
Igual peleo cada segundo
no se muy bien contra qué ni cómo

Pocas veces nos preguntamos dentro de qué recipiente invisible
hemos echado la fé y la hemos dejado diluirse con lo cotidiano.

Hace un tiempo que no tengo
respuestas para casi nada.
¿Qué hora es? Las seis, creo.
¿O son las diez?

He visto también; antes,
como se han ido borrando las preguntas
y ahora el dibujo que sugieren
es todo blanco – luminoso alargado infinito- sobre las paredes de mi casa.

Ah, por cierto, tengo un perro idiota que es
algo así como el nuevo habitante del infierno.
Muerde todo lo que encuentra a su alcance –
Cajas, libros, cd´s, zapatillas, sus patas, mis dedos, muebles, juguetes-
y no respeta ninguna soledad -

Yo igual se lo agradezco con un paseo,
comida en plato y alguna caricia.

Ayer se comió los acrílicos
y hoy es un perro de colores.




Bomba



A papá
le mostraron la bomba.
Su bomba.
Había estado apagada
en su cuerpo
sesenta y cinco años.


Y hoy se encendió.

A la espera de la lluvia





A la espera de la lluvia. Un milagro.
Puertas que se abren y se cierran y que al mismo tiempo no existen. Paredes.
El tiempo es un espacio vivo que a veces se muere.
Monedas para pagar lo que no se compra.
Ausencias para ocupar el silencio y la quietud.
¿Qué caminos toman los que no saben muy bien hacia dónde caminar?
Le agarro la mano a algo invisible.
Un perro rengo camina por la orilla de la playa y es feliz: lo acaricio.
Tengo las manos agrietadas y marrones. Las manos de un monito.
Guantes.



Partes del bosque




Hay partes del bosque que tienen luz y otras no.
Los caminos que conozco los ando sin vacilar.
Un sendero extenso y lúgubre me acompaña, y está siempre allí delante. Como una puerta que me invita a un lugar peor.
Se sueltan los pájaros, a veces, y atraviesan hacia el lado desconocido.
No abro nunca las posibilidades a las que no tengo acceso.
Me siento al borde de un camino brillante y desayuno lo que sólo yo escucho.
Los árboles vigilan mis dudas. La tierra escruta una humedad que no me permite detenerme.
Sigo avanzando con los ojos casi cerrados - casi abiertos y logro permanecer ileso.
Llegará un día el dolor.

Perderse en el bosque pensando que me encuentro en el camino brillante.
Y reconocerme solo en la negrura.




Nos fuimos


   
Nos fuimos. Nos adelantamos a todo.
Somos un grupo ciego que camina por un sendero de piedras.
Nos esperan para castigarnos.
Humo en el quincho que no es carne asada para homenajearnos.
Quién quisiera tenerte así de cerca para abrazarte en el silencio.
Nadie es tan justo.
Los perros aúllan en un monte cercano.
Los pájaros acaban de callarse.
Llega la luz plomo para posarse sobre la tierra.
Noche en el resto del mundo, oscuridad aquí.
Te sentás a pensar en el tiempo que dejás que pase sin poder manipularlo.
Tiempo transparente. Decidís moverte más.
La tranquilidad se llena de naturaleza.
Si hubiese un mar sería calmo en la lejanía y bravo hacia la orilla.

Comprendés lo azaroso de tu suerte.