Nos sentamos en una mesa
a debatir el futuro de 450 pibes
entre bostezos y nervios.
En reuniones como ésta
suele haber todo tipo de perfiles.
Están los que atan la tanza al anzuelo
sin que los vea nadie.
Están los que cargan el arma arriba de la mesa.
Están los farmacéuticos de espíritu
y los mercenarios que tienen un precio
tatuado en la frente.
Están los románticos que perdieron el romanticismo
y sólo les queda la pose.
Están los que saben de lo que hablan
y están los que saben mucho de lo que hablan.
Los que no saben nada; nada
de nada de nada, suelen ser los más simpáticos.
Yo estoy en el borde de la mesa,
invisible pero en mi camisa.
Me miro en el espejo de refilón
y veo un payaso triste.
Me como una medialuna
intentando no hacer demasiado ruido.
Pienso en los 450 pibes aún sin cara
y en lo que les espera.
16 leones para 450 gacelas. Y un payaso de árbitro.
Saco un Tandarica y me desplomo contra el suelo.
Me rompo tres costillas y me jodo la clavícula.
Nadie se ríe.
Me levanto y me siento a terminar mi café
aunque no puedo respirar bien.
Se te corrió la pintura,
payaso pelotudo…
Es así, respondo; la lágrima negra del payaso triste.
Todos se ríen.