Se murió un miércoles por la noche.
Un miércoles de semana santa.
Un miércoles del año dos mil once,
en el fatídico mes de abril.
Se murió, decía,
proyectando una sombra sobre el océano.
Una sombra alargada; mancha de tinta china,
que dibujó al hijo en el apuro y lo puso
de un bife,
buscando las alas de metal y encontrando
su propio silencio en la altura.
Ahora el padre es ese recuerdo sorprendente,
vivo, únicamente en la plaza de la memoria.
Con su remera de river, lo imagino.
Con su carne aún caliente
y el block sobre las rodillas;
dibuja al hijo que posa su ausencia
en total desconcierto.
Y se traga la vida el pibe.
Se la traga de una
y con dificultad.
Con la contrariedad que supone
empezar a tragar solo.
Te quiero cantina!!!!
ResponderEliminary yo pa!
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