Pienso en mi amigo,
el expublicitario.
Mi amigo el expublicitario
que un día se hinchó las pelotas
y medio persiguiendo una vocación escondida,
medio -lisa y llanamente –
con las pelotas como dos mundos;
fue hasta su oficina
saludó a sus compañeros
hizo un arreglo desfavorable con su jefe
acomodó una caja con sus bártulos
bajó a la calle
se metió en un bar
y se tomó un café
con leche y dos medialunas.
El primer café con leche y medialunas
de mi nuevo amigo, el ENESEMISMOMOMENTO actor.
Me pregunto qué cosas
me impiden ver florecer un valor similar
al de mi amigo el ahoractor.
Qué lista podría diseñar
desde mi cobardía de silla caliente y oficina con techo,
que me consuele
durante un par de horas.
Hago un boceto rápido sobre el papel
y sale así:
Alquiler.
Comida.
Bebida.
Agua.
Luz.
Gas.
Una novia que necesita viajar para
sentir que no se está equivocando.
Un hijo que; me convenzo,
me necesita holgado.
Algún viaje.
Cigarrillos.
Colegio.
Juguetes.
Marcadores que pintan mejor que los otros marcadores chotos
pero que son carísimos.
Ropa.
Discos.
Libros.
Y por último,
una férrea conciencia que me dice que no sé hacer nada más
que lo que hago para vivir. Absolutamente nada más.
Reléeo mi lista.
La última línea me tranquiliza
y me intranquiliza a partes iguales.
Subo y me sirvo un café con leche
en la máquina que prepara
esos cafés tan ricos que sólo me gustan a mi
y aprovecho para alegrarme por mi amigo,
el ahoramismo actor.
Mi amigo el actor que me saluda
desde un escenario
con un bigote pintado a lo Groucho Marx
y yo pienso; qué pelotudo
y la re
concha
de tu madre!
Pero lo pienso, no lo digo
(hasta para esto me falta valor)