Dibujo un tren imaginario con mis dedos.
Un tren que viaja hasta el principio de la vida
y luego vuelve
con el milagro del viaje apilado
en sus vagones despedida.
Los ojos observan esa vida desde esta distancia.
Desde la estación en la que abandoné
mi valija
y reinventé a mi padre muerto;
y lo hice aquí y ahora y más vivo.
Y entonces
ya no hay llanto que justifique lo que vendrá
porque este mismo instante
es este mismo instante que no volverá a repetirse nunca
la enfermedad aún sin muerte aún sin miedo
la respiración constante, entrecortada pero continuista,
la certeza perpetua;
el imaginario inconciente de cualquier inmortalidad.
Ese infinito de la carne que se conserva
bajo esta tierra;
y los gusanos no guardarán su memoria.
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