Desperezar lo visible. Sobre todo lo visible.
Le tiro una cachetada al tedio. De las que duelen.
Mis pies sobre la mesa, extendidos hasta el hartazgo -
me amenazan en el kilómetro mil.
Una prolongación que no me pertenece
y que sabe cómo sacar el cuchillo.
Un apéndice dormido. Insultantemente inmóvil.
Me rasco la cabeza.
Pienso qué pudo ser lo que me trajo hasta acá.
Pero no tengo respuestas afiladas para preguntas pelotudas.
Hace un tiempo que ya no tengo. Paciencia, digo.
Pagaría dinero de mi bolsillo por recuperarla.
Y claro, miento.
Quiero gratis que se me reconozca el esfuerzo.
Todos estos años.
La inversión constante en fabricar un lugar mejor para nadie.
Vuelvo a mentir.
En ese departamento ordeno las cosas para unos pocos.
Me incluyo pero mirando desde la terraza.
Esa falsa humildad que nos hace ponernos fuera de lo que es nuestro.
Tengo patente en esta cátedra.
Soy dueño del idiotismo que rechazo en los demás
y la magia, muchacho,
la magia es una ilusión que hace creíble un mentiroso.
Me miro las piernas. otra vez.
Con los pies allá en el horizonte.
Y no imagino nuevo - ningún otro paso.