Un diluvio terminaría con todo esto.
Con ese pasillo de ahí enfrente
que transporta gente dormida,
con ese túnel que los impulsa sobre rieles
de rutina e insatisfacción,
y que comienza a reclamarme.
Soy uno de ellos aunque
levante las manos y cierre los puños.
Vigilo desde la entrada la luz oro que nunca brilla.
Alguien intenta nadar a contra corriente
pero el lobo del pasillo ya lo alcanzó.
Le arranca los brazos y luego las piernas.
Después ágil y febril, se lanza sobre su cabeza
y le devora el cerebro.
Nadie puede hacer nada.
Y todos pueden hacer todo.
Pero el lobo del pasillo es tan poderoso.
Muestra los dientes
y son como flechas de plata.
Como espadas de Arturo.
Como lanzas de Longinos.
No se dispara el dardo que desmaya a la bestia
porque la mano que debería cargar el arma
se llena de cobardía.
El tráfico continúa
y es otro jueves normal.
Otro muerto que muere entre los muertos que viven.